Fortalezcamos los frentes unitarios de la izquierda y el activismo 

La semana pasada se realizaron las elecciones estudiantiles en las 17 facultades de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). La elección funcionó como un momento de síntesis del año político en la universidad, que estuvo marcado por las luchas contra los persistentes ataques de Milei a la educación, por lo que es imposible realizar un balance electoral sin dar cuenta de que este no fue un año más para la universidad. 

La lucha en defensa de la universidad pública alcanzó niveles de masividad históricos, pero a pesar de ello no alcanzó a poner en cuestión a las conducciones burocráticas del movimiento estudiantil, en primer lugar, a la Franja Morada y el peronismo. Como consecuencia, las elecciones arrojaron resultados de tinte conservador: la Franja Morada mantuvo las conducciones de sus 10 centros de estudiantes, mientras que la única derrota de un oficialismo se produjo en Medicina, donde La Mella perdió la conducción con la JUP, la cara más conservadora del peronismo en la universidad, y que fue junto a la Franja los dos sectores que salieron fortalecidos de la elección. 

Estos resultados tuvieron el valioso contrapunto de que la izquierda, al unirse por primera vez en las facultades más significativas como Humanidades y Psicología, manteniendo a su vez la unidad en Artes, logró resistir esta tendencia y mantuvo su espacio, con el agregado de haber podido agrupar a su alrededor a sectores de un nuevo activismo que hace sus primeras experiencias en la lucha contra el gobierno, y que protagonizó las tomas y las asambleas. Para explicar esta contradicción entre la lucha universitaria durante el año y el resultado conservador de la elección hace falta pasar un balance de los alcances y límites del proceso de lucha.

Un año de lucha universitaria

El gobierno de Milei concentró sus ataques a la universidad en la cuestión presupuestaria, y comenzó el año pretendiendo congelar las partidas para este año, manteniendo el presupuesto del 2023 con más de 200% de inflación acumulada. Esto significaba lisa y llanamente que las universidades no contarían con presupuesto para su funcionamiento elemental (las facultades no podían ni siquiera pagar la luz) y un fuertísimo ajuste a los salarios de los trabajadores docentes y no docentes. 

La dimensión de este ataque tocó la fibra sensible que en Argentina significa la educación pública y la gratuidad universitaria, y fue preparando las condiciones para que toda la comunidad universitaria e incluso sectores más amplios de la sociedad manifestaran su rechazo al ajuste educativo y en defensa de la universidad pública. Así se llegó a la histórica marcha del 23 de abril, convocada por el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN). La movilización tuvo dimensiones inéditas, con más de un millón de personas en las calles de Buenos Aires y otros cientos de miles que se sumaban en decenas de otras ciudades del país. Fue sin duda una demostración de fuerza impresionante que le dejó clarísimo al gobierno que meterse con la universidad no iba a ser tan sencillo como Milei pretendía. Sin embargo y a pesar de su enorme masividad, la movilización fue dirigida por las gestiones, que desplegaron una política de conciliación con el gobierno, y enseguida se sentaron a negociar. Junto a ellos se plegaron con la misma política los sindicatos docentes, no docentes y, sobre todo, las conducciones estudiantiles radical-peronistas de las distintas federaciones universitarias. 

A pesar de esta movilización controlada, el gobierno tuvo que ceder producto de los millones que salieron a las calles, y finalmente amplió parcialmente el presupuesto para la universidad, pero solamente para lo que se refiere a los gastos corrientes, que es la menor parte en relación al presupuesto total. La mayor composición son los salarios, y precisamente allí es donde el gobierno concentró el ajuste. Cínicamente y habiendo conseguido un aumento presupuestario limitado, las gestiones acordaron con el gobierno, con plena conciencia de que estaban dejando pasar un brutal recorte de salarios para sus trabajadores. 

La pelota pasaba ahora a los sindicatos docentes y no docentes, mientras que las conducciones estudiantiles se encargaban de que el movimiento estudiantil, que había reventado las calles el 23 de abril, no ingrese a la pelea como actor independiente, dejando así a la lucha universitaria como un mero “conflicto salarial”, cuando se trata de un ataque global del gobierno a la educación pública como un todo. La burocracia docente y no docente también actuó con la misma orientación, poniendo en pie un largo y dilatado calendario de paros pasivos, manteniendo formalmente activo el conflicto, pero asegurándose de que la actividad cotidiana de la universidad no se vea afectada realmente, mientras Milei no frenaba con sus ataques y provocaciones. Mientras tanto, las conducciones sentaban confianza en que iba a ser el Congreso, mediante la sanción de la ley de financiamiento universitario, la que iba a poder parar el ajuste de Milei. 

El Congreso finalmente aprobó la ley, presionados por el enorme apoyo social que alcanzó la lucha universitaria y la movilización masiva. Sin embargo, Milei anunció que vetaría el aumento para las universidades, como lo había hecho días antes con las jubilaciones. En este clima en donde la bronca contra el gobierno crecía, pero las burocracias y los rectores venían teniendo una política de desgaste, pero no de organizar la bronca para que se derrotara el plan del gobierno, es que se llegó a la segunda marcha federal educativa del 2 de octubre, nuevamente organizada y encabezada no sólo por las gestiones, sino esta vez también por la burocracia docente y no docente. 

La concentración fue nuevamente masiva, agrupando a unas 300.000 personas frente al Congreso, un numero impresionante pero muy lejos de lo alcanzado el 23 de abril. De nuevo, por la política de contención de los centros de estudiantes y federaciones, el movimiento estudiantil participó de la jornada, pero no como un actor independiente, no de manera organizada, protagonizando con sus propios métodos la lucha. Este fue uno de los factores principales que influyeron en que, a pesar de la masividad alcanzada y del amplio rechazo social al ajuste universitario, Milei finalmente vetó la ley al día siguiente.

El movimiento estudiantil entró en escena

Ante el veto de Milei, tanto las autoridades universitarias como las conducciones de sindicatos y federaciones no tuvieron más política que confiar en que el Congreso iba a rechazar el veto. Por arriba, las conducciones apostaron a que todo se desarrolle vía los canales institucionales, llegando incluso a la vergüenza de no convocar ni paro ni movilización el día que el Congreso tenía que tratar el veto, una semana después, el 9 de octubre. Mientras tanto, por abajo se iba cocinando una bronca que, en conjunto con el espacio vacante que dejaban las conducciones al no convocar a nada el día que se trataba el veto, se fueron dando las condiciones para que irrumpa el movimiento estudiantil como sujeto protagónico. 

Con una extensión inédita, eso fue lo que finalmente sucedió tras la ratificación del Veto. A pesar de los centros de estudiantes, las facultades se empezaron a llenar de asambleas y una a una fueron definiendo toma de la facultad para exigirle al Congreso que rechace el veto.  Lo que siguió fue una verdadera explosión del movimiento estudiantil como hacía años no se veía. Si ya había facultades tomadas antes de la sesión, después de la misma iban sumándose facultades de todo el país, llegando a contabilizarse más de 70, entre ellas facultades que jamás en su historia habían protagonizado medidas de ese tipo. La UNLP no fue la excepción: más de la mitad de las facultades fueron tomadas, y los estudiantes se mantenían organizados en asamblea, imponiendo sus métodos y su radicalidad. Entre ellas, el epicentro de mayor organización estudiantil desde abajo estuvo en las facultades de Artes y Psicología, donde hubo asambleas con una histórica participación y las tomas tuvieron mayores características de autoorganización estudiantil por abajo. 

Se trató de la aparición en escena del movimiento estudiantil como actor independiente, imprimiéndole a la pelea por primera vez en el año sus métodos, su programa y su radicalidad, en enérgico rechazo no sólo al veto de Milei sino a la traición del Congreso. 

¿Cuál fue la actitud de las burocracias estudiantiles peronistas y radicales en este contexto? Si bien hicieron todo lo que tenían a su alcance para tratar de evitar las asambleas y más aún las tomas, la irrupción tuvo tanta magnitud que en muchos lugares no les quedó opción más que plegarse a las medidas que definían los estudiantes. Lo contrario hubiera significado quedar lisa y llanamente del lado del gobierno. Es que el otro dato de primera relevancia de las tomas fue que obtuvieron una legitimidad social sin precedentes para este tipo de medidas. Amplios sectores sociales manifestaron su simpatía, y el movimiento estudiantil logró hacer empalmar la bronca contra Milei con la sensibilidad social que mantiene la cuestión de la educación pública en Argentina. Esto fue un punto a favor importantísimo para las tomas, que contaban con una gran legitimidad política y social, e hizo que cualquiera que se oponga a ellas quedara irremediablemente a favor del gobierno. Por lo tanto, como decíamos, las burocracias no tuvieron margen para oponerse, pero lo que sí intentaron (y en gran parte lograron) es montarse por encima del proceso para intentar dirigirlo y mantenerlo en un cauce “controlado”. Presionaron para que las tomas sean lo más simbólicas posibles, evitando instancias de autoorganización, coordinación entre las tomas y no planteando ninguna continuidad a la lucha. 

Este es un factor fundamental para comprender por qué el levantamiento estudiantil, aun con toda la legitimidad social que cosechó, tuvo todos los rasgos de una explosión:  escaló rápido y de manera radical pero, el hecho de que el veto de Milei ya había pasado, sumado a la acción consciente de las burocracias estudiantiles para socavar la organización y no darle continuidad a la pelea, junto a los elementos de espontaneidad que tuvo, produjo que el estallido de bronca se disperse de manera rápida. Con las conducciones estudiantiles también colaboró la burocracia sindical docente y no docente, que en pleno auge de las tomas convocó a dos días de paro (¡Cuando no llamaron al paro el día que el congreso tenía que tratar el veto de Milei!) después de un fin de semana largo con el objetivo de vaciar las facultades. 

Con todo, esta rápida finalización del proceso no significó una derrota. Más bien expresa los alcances y límites actuales de la situación política en general y del movimiento estudiantil en particular. Las tomas vinieron a inaugurar el ingreso de toda una nueva camada de activistas y luchadores en el movimiento estudiantil, que no había protagonizado una irrupción desde abajo desde antes de la pandemia. A su vez, significa el comienzo de una experiencia en la lucha contra Milei para toda esta joven generación, que en el proceso de tomas comenzó a forjar sus primeras armas. Es verdad que en el plano de la lucha contra el gobierno el veto de Milei finalmente pasó, y ese es un dato insoslayable en el balance, pero desde el punto de vista de la conciencia y la organización del movimiento estudiantil se ganó en experiencia, se legitimó el método de la asamblea y la radicalidad de las tomas como herramientas necesarias y legítimas para defender la educación pública y enfrentar al gobierno. La oleada de tomas dejó sentada bases para posibles nuevos enfrentamientos que, con un gobierno ultrarreacionario como el de Milei, es muy probable que vayan a ocurrir.

Frente al triunfo de las conducciones burocráticas, fortalezcamos los frentes unitarios del activismo y la izquierda 

Fue en este contexto en el que se llegó a las elecciones de noviembre. Aprovechando que el momento álgido de las tomas ya había pasado, las distintas agrupaciones burocráticas o conciliadoras hicieron todo lo posible para intentar que nada de la realidad se cuele en la campaña electoral. Tanto radicales como peronistas e incluso Patria Grande hicieron campañas circunscriptas al sindicalismo estudiantil, sin confrontar con el gobierno ni hacer referencia alguna a la lucha estudiantil, ya no hablemos de las tomas, sino ni siquiera de las marchas masivas del 23 de abril y el 2 de octubre. La política de la burocracia fue “fingir demencia” y hacer como que en la universidad este año no pasó nada. El nivel de negación de la realidad es proporcional al terror que le tienen a la acción independiente de los estudiantes. 

Desde la izquierda, por el contrario, en tres facultades (Artes, Psicología y Humanidades) logramos poner en pie frentes que levantaron las banderas de las tomas, la asamblea y la organización por abajo, como ejemplo a seguir en el camino de continuar luchando contra los ataques de Milei a la universidad. Estos frentes se conformaron junto a sectores independientes que protagonizaron las tomas y las asambleas en las facultades de Artes, Psicología y Humanidades. Al mismo tiempo, desde La Revuelta también llevamos adelante esta campaña en Derecho e Informática, totalizando nuestra presencia en cinco facultades en la que fue la primera elección para nuestra agrupación. 

¿Cómo se explica entonces que el resultado electoral haya sido conservador, favorable a los oficialismos de la Franja Morada y el peronismo si apenas unas semanas antes hubo una irrupción histórica del movimiento estudiantil? Una razón es que la elección apareció “desenganchada” de la lucha, producto de que las burocracias se encargaron de despolitizar lo más posible la elección. Pero esto no deja de ser usual en la burocracia. Lo más determinante terminaron siendo los alcances y los límites mismos que tuvo el proceso: las asambleas y las tomas surgieron casi a fin de año desbordando a las conducciones, a la vez que rápidamente estas intentaron reacomodarse, forzada por la enorme explosión de bronca, montándose sobre el proceso para intentar dirigirlo, algo que lograron en muchas facultades excepto en aquellas donde surgió un activismo de manera más consolidada y organizada (notoriamente en Artes y Psicología). Esto nos conduce a una conclusión fundamental: sería unilateral realizar una lectura del resultado electoral como contrapuesto al proceso de lucha de todo este año, como si el estudiantado, al haber votado a agrupaciones que de hecho se oponían a las tomas (Franja Morada, JUP) se hubiera manifestado “en contra” de las tomas. Más bien nos parece que el resultado expresa que la enorme explosión de lucha que significaron las tomas tuvo como límite el haber sido, precisamente, una “explosión de bronca” acotada en el tiempo, que no llegó a hacer una experiencia profunda con la mayoría de las conducciones burocráticas. Como complemento, la elección se realizó en un momento de estabilidad política del gobierno, lo que colaboró con el resultado conservador que favoreció a los oficialismos. El único lugar donde hubo un cambio de conducción fue hacia la derecha, en Medicina, donde PG perdió el centro con Remediar (JUP). Y no es casual, ya que cuando hay polarización social, los sectores que quieren ubicarse en la centro izquierda como PG, al no definirse terminan perdiendo lo que un año atrás habían logrado. 

En este contexto de una elección conservadora hay que resaltar los resultados de la izquierda, donde de conjunto logró mantener su caudal de votos (frenando con la tendencia decreciente de la pandemia a esta parte) e incluso se creció en Artes con Artes al Frente, superando el 10% de los votos,  no por casualidad en la facultad donde la toma tuvo más vitalidad y contó con mayor participación del activismo. Por su parte, los frentes de Psico en Lucha y Humanidades en lucha, donde por primera vez se logró la unidad de toda la izquierda junto a les activistas, obtuvieron un 6.5% en Psico y 6.7% de los votos en Huma, resultados que tienen el mérito de haber frenado la tendencia a la baja que venía sufriendo la izquierda desde 2019.  

En este sentido, consideramos que fue un acierto impulsar la unidad de la izquierda para reagrupar a les luchadores y que las tomas y las asambleas tengan voz y un canal donde expresarse en estas las elecciones. Asimismo, tenemos como desafío fortalecer estos frentes a través de crecer en campañas cada vez más unificadas, con volantes y actividades de conjunto que nos muestre de cara al estudiantado con un espíritu aún más frentista y de política en común, para transformarnos así en un polo de referencia electoral y de lucha mucho más fuerte. Desde la Corriente Estudiantil Socialista La Revuelta reivindicamos haber hecho una campaña donde levantamos las banderas de las asambleas y las tomas en las cinco facultades donde nos presentamos, así como también haber logrado poner en pie frentes unitarios entre la izquierda y el activismo. Sostenemos que es necesario que estos frentes persistan, superando el estadio de frentes electorales y transformándolos en frentes únicos que puedan ser espacios de debate democrático y reagrupamiento de la vanguardia estudiantil que sirvan para desde hoy mismo empezar a preparar las luchas contra Milei, que sin duda tendrán continuidad en 2025. Los centros de la Franja Morada y el peronismo no preparan al movimiento estudiantil para estas luchas que se vienen, por lo que hay un espacio abierto para la construcción por izquierda de una verdadera alternativa de lucha e independiente en el movimiento estudiantil. 

La Revuelta – UNLP

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