La victoria de Donald Trump en Estados Unidos ha sido materia de debate internacional a lo largo de estas dos semanas. No es para menos: la vuelta al poder de un personaje de extrema de derecha, como el republicano, enciende luces de alarma en todo el mundo porque no hay ninguna duda de que su triunfo traerá mayores ataques sobre la clase trabajadora, los inmigrantes, las mujeres y el conjunto de los explotados y oprimidos de EE.UU. y el mundo. Su nueva presidencia implica una reafirmación de las tendencias más reaccionarias de la situación política internacional y, por lo tanto, con su llegada a la Casa Blanca, se agravarán todas las situaciones y los elementos conflictivos que cruzan al mundo.
A continuación, nos detendremos a precisar algunos elementos de análisis y perspectivas para enfrentar esta nueva avanzada derechista internacional.
El sueño de volver a ser lo que ya no se es
En primer lugar, es importante precisar las razones que llevaron a Trump de vuelta al poder. Vale decir que no se trata de “un” solo elemento que explique este triunfo, sino que es un mix de causas de más largo aliento histórico, así como otras más recientes y propias de los últimos años.
Estados Unidos viene de un retroceso histórico como potencia imperialista desde hace décadas. Pasó de producir el 50% del PBI en la década de 1970, a descender al 24% del PBI al día de hoy. Una caída sostenida que se expresó en una serie de pérdidas en las condiciones de vida la población, de erosión de las prestaciones sociales del Estado, del acceso a derechos en generales, etc. Es decir, que las condiciones materiales que le daban vida e ilusión al “sueño americano” no existen desde hace tiempo. Esta pérdida de su posición política internacional, de todos modos, sigue sosteniendo a EE.UU. como primera potencia imperialista. Sin embargo, ni puertas adentro, se trata del país con el peso y legitimidad que supo tener hace tiempo. Por eso mismo, en su discurso tras la victoria Trump dijo que el país volverá a “entrar en una época dorada”, retomando su slogan conservador y nacional-imperialista “make America great again”.
Un primer elemento para comprender la derrota de Kamala Harris y el Partido Demócrata está en el empeoramiento de las condiciones económicas. Trump montó su triunfo sobre los años de inflación en alza tras la pandemia, que si bien se controló en el último tiempo, los salarios no tuvieron el mismo derrotero, lo que significó una pérdida adquisitiva del 20% en los últimos cuatro años de presidencia de Joe Biden. Como señala el economista marxista Michael Roberts “entre 2020 y 2023, para el 50% más pobre de los asalariados en Estados Unidos, el crecimiento real de los ingresos antes de impuestos fue básicamente cero. Los precios de los bienes y servicios han aumentado más del 20% desde el final de la pandemia y, en el caso de los alimentos y servicios básicos, la cifra es aún mayor”1. Un hecho contundente que es parte de las razones detrás del crecimiento del voto de Trump entre sectores de la clase trabajadora, la comunidad afroestadounidense, los latinos, antes afines a los demócratas. Pero a las motivaciones económicas, se le sumaron otras de carácter más ideológico, que hacen al contenido reaccionario del voto a Trump. Por un lado, hay toda una generación consolidada de inmigrantes latinos que se ubican más como “nativos” que le dan la espalda a los “nuevos migrantes”, con la idea de que ponen en peligro su propio trabajo. De este chivo expiatorio se montó Trump, lo que se tradujo en un crecimiento en votos en esta franja de la población, en sintonía con la extrema derecha europea, como Miloni o “Alternativa para Alemania”, entre otros.
Otro de los clivajes que explotó Trump fue el rechazo al gasto militar en la guerra en Ucrania contra Rusia, al vincular la inflación y el deterioro de las condiciones de vida con esos gastos. Un elemento de agitación que empalmó con la pérdida salarial, que contrastaba con Biden y Kamala Harris, quienes continuaron apoyando la guerra e insistieron con el hecho, cierto, del crecimiento de la economía y el empleo, pero que evidentemente no era suficiente para revertir un malestar en alza en la población norteamericana. Es que el Partido Demócrata, a pesar de su retórica progresista, es un partido capitalista que no movió un dedo para favorecer a la clase trabajadora en todos estos años.
Por su parte, la política internacional de Joe Biden fue una verdadera gestión imperialista de los conflictos. Lo más escandaloso fue su apoyo decidido, al igual que Harris, a la guerra genocida del Estado de Israel sobre el pueblo palestino, una matanza que viene cobrándose la vida de más de 45.000 hombres, mujeres y niños. Este genocidio despertó una oleada de solidaridad internacional con ocupaciones estudiantiles en decenas de universidades en EE.UU. y Europa, que impactó y presionó enormemente al Partido Demócrata, quien respondió a los estudiantes con una dura represión. Este apoyo, que se basó en financiar con miles de millones de dólares y cientos de cargamentos de armas, es otro de los elementos que hay que tener en cuenta para sopesar la pérdida de apoyo político a los demócratas de todo un sector de la juventud que decidieron no votar por Harris, pero tampoco por Trump. De hecho, este sector se suma a otros que decidieron directamente no ir a votar, como se expresó en la caída del votó demócrata en más de 10 millones de personas. Un dato revelador en ese sentido es que, en la ciudad de Dearborn, Michigan, donde está concentrada la mayor población árabe estadounidense, Biden había arrasado en 2020 con el 70% de los votos, y ahora Harris obtuvo tan sólo el 40%2.
Otras de las conclusiones que pueden sacarse es que un sector muy importante de la base de los demócratas no giró a la derecha detrás de Trump. Los números de la votación son elocuentes en ese sentido. Mientras que en 2020 votaron unos 155 millones de personas, un 66,4% del electorado, esta vez lo hicieron unos 145 millones, un 62,3% del electorado. De estos guarismos, en 2020, Biden obtuvo unos 81.284.666 votos, y en 2024, Harris obtuvo unos 70.856.199 votos, esto es, 10 millones menos. Por su parte, en 2020, Trump obtuvo unos 74.224.319 votos y ahora unos 74.500.000 votos aproximadamente. Lo que esto implica es más bien una consolidación de su base electoral, en simultáneo con una diáspora política de los votantes demócratas decepcionados con la política de sus representantes. Todo un dato revelador de qué está pasando en la base histórica del Partido Demócrata que supo representar a los trabajadores, la juventud, la población afroestadounidense, los latinos, etc., pero que en los últimos años comenzó a expresar todo tipo de manifestaciones de descontento con la política cada vez más anti-obrera y conservadora de este partido.
Las luchas sociales de los últimos tiempos son un ejemplo de cómo, por abajo, se comenzó a procesar una nueva conciencia política a la izquierda del Partido Demócrata. Ejemplos de eso son las gigantescas movilizaciones del movimiento de mujeres luego del primer triunfo de Trump, la rebelión de los afroestadounidenses cuando la policía asesinó a George Floyd y se conformó el movimiento “Black Lives Matter”, las recientes ocupaciones universitarias en solidaridad con Palestina, y lo más importante, el riquísimo proceso de sindicalización y organización que está viviendo la clase trabajadora. Todos elementos que hablan de fuerzas sociales que están en proceso de composición a través de toda una nueva generación de trabajadores, estudiantes, etc., que no cargan sobre sus espaldas con las derrotas de las generaciones anteriores y que, por lo tanto, serán las protagonistas de las próximas batallas políticas.
Un gobierno imperialista enemigo de los trabajadores del mundo
La victoria de Trump representa un verdadero peligro para la clase trabajadora. A diferencia del 2016, esta vez llega al gobierno con mayores atributos de poder y con una impronta más agresiva y radicalizada. No sólo ganó el voto popular en gran parte del país, tanto en estados históricamente republicanos como demócratas, sino que, además, se quedó con la Cámara de Representantes y con el Senado. A lo que se le suma la venia a favor del poder judicial, que lo benefició en las últimas causas que se le abrieron por abuso sexual y corrupción.
Todo este poder concentrado en sus manos no puede ser subestimado, porque implica que estará en mejores posiciones de fuerza que el período anterior para redoblar su proyecto conservador, antiobrero e imperialista. Al mismo tiempo, tampoco hay que cegarse los ojos ante los hechos consumados como si se tratara de una derrota histórica de la clase trabajadora. Eso sería un error político tan grave como el opuesto. De hecho, en la misma elección donde ganó categóricamente Trump, se expresaron votaciones progresivas como leyes para garantizar el derecho al aborto en Missouri, Montana y el caso de Florida. Se trata de ese “otro mundo” estadounidense al que nos referimos antes, que hace parte de las nuevas generaciones y de una tradición viva que defiende derechos históricos.
Pero Trump no sólo representa un peligro para los trabajadores de EEUU, sino para los de todo el mundo. El sólo hecho de su triunfo dio aire a todos los partidos políticos y personajes derechistas a nivel internacional. Desde Javier Milei en Argentina, hasta Giorgia Miloni en Italia, el partido Vox en España, Benjamin Netanyahu en Israel, entre una larga lista de reaccionarios que se sienten envalentonados y con fuerzas para seguir avanzando posiciones y con un terreno a primera vista fértil para aplicar sus políticas antiobreras. Por eso, para nosotros sólo es de esperar que estos partidos y gobiernos redoblen sus ataques políticos contra la clase trabajadora, contra las conquistas que supo tener el movimiento de mujeres estos años, contra los inmigrantes que escapan desesperados de las guerras y situaciones de extrema pobreza, etc.
En relación con la política hacia Israel y el genocidio sobre el pueblo palestino, Trump viene siendo un aliado incondicional del asesino Netanyahu. De hecho, en su primer gobierno promulgó políticas abiertamente sionistas como la declaración de Jerusalén como capital de Israel y el traslado de la embajada de EEUU desde Tel Aviv. Ahora, según varios analistas internacionales, pretende redoblar la presión sobre el pueblo palestino para habilitar a Israel a directamente realizar una anexión de territorios de Gaza y Cisjordania. Así, en el marco de la masacre, el ejército de Israel busca poner en pie nuevos asentamientos y ocupaciones sobre el territorio hoy devastado por la guerra.
En la cuestión de la guerra entre Rusia y Ucrania las cosas muestran un realineamiento político. Trump se mostró públicamente en contra del financiamiento a la guerra, por lo que gran parte de la burguesía y los Estados europeos, miembros de la OTAN, le hayan prendido velas a Kamala Harris. Del otro lado, fue Putin quien festejó tras el contundente resultado electoral. Así, a primeras, esto agudiza las tensiones entre Europa y EEUU, y en particular con Alemania, principal potencia europea. Por este motivo, los gobiernos de Francia y el Reino Unido se reunieron el lunes pasado para acordar mayores niveles de cooperación frente a un EE.UU. más hostil y reticente a enviar apoyos concretos en la guerra de la OTAN contra Rusia. Incluso este viernes conversaron telefónicamente el canciller alemán, Olaf Scholz, y Putin, en una clara señal de que aumentaron las presiones para las negociaciones a favor de Rusia desde el triunfo de Trump. De todos, a pesar de la retórica de Trump, hay que ver cómo terminan operando los múltiples y poderosos intereses económicos y geopolíticos que hay en juego, en una guerra que lleva casi tres años y que, además, desde que ingresaron las tropas de Corea del Norte para ayudar a Rusia, solo da signos de escala.
El hecho de bajar las tensiones con Rusia hay que explicarlo por una reorientación mayor del imperialismo norteamericano en este Siglo XXI que viene a expresar Trump, que es que el nuevo rival internacional de Estados Unidos, ahora es la ascendente fuerza económica de China. Esta rivalidad, que cobra una dinámica cada vez mayor, por el momento está centrada en una guerra comercial defensiva por parte de EE.UU. y una ofensiva expansionista de China en diferentes partes del mundo. Por ejemplo, el signo de la nueva época es que el principal socio comercial de la mayoría de los países de América Latina es el gigante oriental, con un EEUU desplazado de su primer puesto histórico. La segunda vuelta de Trump, que prometió que le impondrá un carácter radicalizado a su nueva gestión, tendrá un redoblamiento de su política de aranceles a los productos importados de China, a los que amenazó durante su campaña de elevarlos a más del 60%. Además, advirtió que fijará nuevas restricciones a las futuras compras de productos chinos vinculados a la infraestructura en sectores estratégicos como la energía y telecomunicaciones.
Otro elemento a destacar de gravedad mundial, es que Trump prometió volver a retirar a EE.UU. de los Acuerdos de París de 2015 sobre el calentamiento global y el cambio climático. No conforme con eso, prometió que iba a “perforar, perforar y perforar” la tierra en busca de petróleo, además de la baja de los impuestos para las compañías que se dedican a esta actividad; que frenará los juicios de grupos ambientalistas contra emprendimientos contaminantes y depredatorios; que pondrá fin a los subsidios para la energía eólica, en un largo etcétera de políticas ecocidas. No es de extrañar que, tanto Trump como su nueva incorporación al gabinete, el multimillonario Elon Musk, son abiertos negacionistas del cambio climático y se ubican del lado de la voracidad capitalista y depredadora del medio ambiente.
Por una nueva perspectiva socialista
En conclusión, del próximo gobierno de Trump sólo se pueden esperar nuevos ataques reaccionarios, así como mayores enfrentamientos geopolíticos en el mundo, de la mano de los recientes avances de las formaciones políticas de la extrema derecha internacional. Un hecho que implicará nuevos desafíos para la clase trabajadora y las nuevas generaciones que vienen protagonizando todo tipo de experiencias de lucha y organización a lo largo y ancho del mundo.
Como señalamos al comienzo, el escenario político internacional se volverá cada vez más conflictivo y escalarán las guerras y la lucha de clases. Pero las causas no están sólo en la vuelta de Trump al poder, sino en el propio sistema capitalista del siglo XXI, que sólo produce cada vez más padecimientos para la mayoría del mundo. Por eso, en este nuevo presente histórico, no sólo está planteado enfrentar los ataques cada vez más duros de la extrema derecha, plantearse de forma categórica contra las guerras imperialistas y el genocidio por parte del Estado Israel contra el pueblo palestino, sino, al mismo tiempo, volver a colocar la perspectiva del socialismo como horizonte histórico superador del capitalismo barbárico y decadente.
Eric «Tano» Simonetti
- Ver el detallado informe de Michael Roberts publicado en su blog “The Next Recession”. “Estado Unidos: inflación, inmigración e identidad”, 8/11/24. Link: https://thenextrecession.wordpress.com/2024/11/09/us-election-2024-inflation-immigration-and-identity/ ↩︎
- Ver el artículo de Nesnire Malik publicado en The Guardian, “De una cosa estoy segura: Harris ignoró el enojo de los votantes por Gaza y eso le costó caro a los demócratas”, el 11/11/2024. Link: https://www.theguardian.com/commentisfree/2024/nov/11/kamal-harris-gaza-democrats-arab-american-voters-donald-trump ↩︎









