Como parte de la nueva orientación de prepotencia imperialista, el 1 de abril Trump anunció la suba generalizada de aranceles a la importación de bienes a 185 países, la casi totalidad del mundo, con la expresa excepción de Rusia, en plena negociación por el reparto de territorio y recursos naturales de Ucrania. El más afectado fue China que, en el primer anuncio, alcanzaba el 54%, para luego afectar a los demás países en una gama que van desde un piso del 10%, en un largo degradé donde los poderosos les impactaría en un 24%, y la Unión Europea con un 20%. Según algunos análisis se trata de la suba de impuestos más grande desde antes de la I Guerra Mundial, en lo que hace a un cambio de magnitud histórica en el proceso de globalización y apertura comercial abierto desde la II Guerra Mundial.

La profundidad de las medidas arancelarias de Trump está en sintonía con la nueva época de grandes crisis que el capitalismo está incubando en los últimos años. Como si se tratara de un freno de mano a la dinámica globalizadora del capitalismo contemporáneo, las medidas anunciadas el “Día de la Liberación” clavan una daga a las relaciones económicas gestadas desde la Segunda Guerra Mundial donde EEUU se ubicó como el poder hegemónico para garantizar cierto orden global.

Hoy, en contraste con este período ya lejano, las cosas son muy distintas y la prepotencia imperialista de EEUU se transformó en su contrario: en un factor de desestabilización. Se trata del propio gobierno norteamericano provocando una agresión global contra todas las economías del mundo. Visto así, es todo un síntoma del estado de salud del capitalismo actual: largos años de estancamiento tras la recesión de la crisis financiera del 2008, una China amenazante de desplazar a EEUU como principal potencia mundial y enormes dificultades para elevar la tasa de rentabilidad global del capital.  

Una medida de agresión imperialista 

La suba de aranceles a prácticamente todo el mundo parece una medida exagerada, pero responde a un largo debate y pelea política al interior de la burguesía norteamericana de qué hacer frente a la pérdida de poder de EEUU en el mundo y en particular frente a su competidor principal, China. Las cifras son contundentes. EEUU pasó de aportar el 14% del comercio mundial en 1990 al 10,35% en 2023, mientras que China pasó de aportar en 1990 el 1,8% al 12% en 2023.1 Luego de la primera presidencia, donde Trump ensayara una suba de aranceles al gigante asiático, ahora pasa a la ofensiva y pretende generalizar esa pelea como una nueva política exterior en donde se traza una reconfiguración de las relaciones económicas internacionales entre los Estados.  

Pero no se trata sólo de una medida de tipo económico, sino que es una verdadera declaración de guerra política, una categórica medida de agresión imperialista, de matón que viene a tratar de recuperar poder a los tiros para intentar doblegar a sus competidores imperialistas y también de mantener a raya en su órbita de influencia a sus países subordinados. Que Trump tome el camino de la negociación o de la plena imposición de esta nueva orientación geo-estratégica dependerá de múltiples factores, entre los que cuenta el grado de “sostenibilidad” económica del propio capitalismo norteamericano, la respuesta de China y Europa, así como de la lucha de clases tanto afuera como adentro del propio EEUU, en donde el sábado pasado decenas de miles de personas protagonizaron enormes manifestaciones contra sus políticas reaccionarias y de ajuste. De hecho, el día jueves, Trump anunció una tregua general de 90 días reduciendo los aranceles de todo el mundo a un piso de 10%, con excepción de China, donde los elevó a un 125%, en un claro retroceso en relación a sus primeros anuncios.  

Por otro lado, a pesar del discurso industrialista y de que esto traería un crecimiento del empleo, las medidas arancelarias no implican una mejora para la clase trabajadora norteamericana. En todo caso puede significar un beneficio directo para un sector de los capitalistas que compiten con productos de importación, y en la medida que suban de precio podrán estar en mejores condiciones para su venta. Pero para la clase obrera y la población no sólo traerá un aumento generalizado de precios de gran parte de los productos de consumo directo, sino también de productos que tienen como base la incorporación de partes fundamentales para su ensamblado. En un mundo con el nivel de división del trabajo actual, es muy difícil poner impuestos a un eslabón de una cadena productiva o de importación sin afectar a otras ramas. De cualquier modo, el peso de las medidas caerá sobre los hogares norteamericanos, que ya están soportando un endeudamiento elevado y un costo de vida en aumento en los últimos años. Por eso, en lo inmediato, las medidas son una bomba económica tanto para el mundo como para la propia economía norteamericana.  

Los contra-aranceles  

Como respuesta a la provocación imperialista, del otro lado del mundo respondió China con una suba equivalente de aranceles del 34%. Una decisión que cayó pésima en los mercados globales, tumbando las bolsas el lunes 7 de abril a niveles del inicio de la pandemia e incluso peores en algunos países. No podía ser de otro modo: el anuncio de los contra-aranceles era la clara evidencia de que el mundo entraba en una dinámica que iba a perjudicar el crecimiento económico, afectando la rentabilidad, deteriorando las relaciones comerciales y quien sabe, yendo hacia choques mayores. De hecho, fue lo que sucedió. El día martes Trump anunció que subía 50% más los aranceles contra China, elevándoles a brutal cifra de 104%, un número que podría, según distintos economistas, directamente paralizar el intercambio comercial entre sendas potencias. Pero si eso parecía mucho, el día miércoles China contratacó elevándolos hasta el 84%, tumbando nuevamente los mercados globales.  

Una verdadera guerra comercial como el mundo no había visto en décadas que, evidentemente, desestabilizó a los mercados más de lo previsto, provocando que sectores fundamentales de la burguesía internacional pongan el grito en el cielo, lo que evidentemente llevó a Trump a decretar la pausa de 90 días. Se trata de un retroceso que intenta evitar la sangría acelerada de los mercados, en especial de la caída del precio del dólar y la venta masiva de los bonos del tesoro norteamericano. Al mismo tiempo es una vía para imponer negociaciones de todo tipo. Por el momento esto llevó a que Europa también suspenda la aplicación de sus aranceles contra EEUU, buscando una vía para las negociaciones.  

En todo caso la cuestión con China es distinta. Es el único competidor global que amenaza en un mediano plazo con desplazar a EEUU del podio de primera potencia mundial y, por lo tanto, la necesidad que tiene de EEUU de salir ganando este primer round de la guerra arancelaria es estratégico. De ahí que los grandes capitales reaccionaran positivamente en un primer momento a la pausa arancelaria, pero que luego entraran en una moderación al quedar claro que estos primeros golpes y contragolpes son el inicio de un tembladeral que seguramente sólo provoque un daño severo sobre la marcha de la economía global.  

Crece el riesgo de recesión global 

Más allá, entonces, de las marchas y contramarchas de este nuevo enfrentamiento entre potencias imperialistas, lo que se viene para adelante en la economía mundial evidencia un escenario de contracción comercial, una caída de la producción en ramas significativas y por consiguiente un aumento sustancial del desempleo. Incluso podríamos estar entrando en una verdadera recesión global. 

El propio Banco de Inglaterra señaló el día miércoles que la guerra comercial estaba aumentando la presión sobre las finanzas gubernamentales y haciendo crecer la probabilidad de “shocks severos” sobre el sistema financiero, provocando “un aumento significativo de los riesgos para el crecimiento mundial y un debilitamiento de las perspectivas centrales, así como a una mayor incertidumbre sobre las perspectivas de inflación a nivel mundial”. Informe que se suma a que el banco de inversión JP Morgan estimó que existe un 60% de posibilidades de que la economía mundial entre en recesión a finales de año.  

Los precios del petróleo también estuvieron cayendo por debajo de los 60 dólares, tocando el nivel de febrero de 2020 durante la pandemia, ya que los inversores incorporan en sus previsiones el riesgo de una recesión económica y por lo tanto una baja en las necesidades de consumo energético.  

De hecho, las posibilidades de una recesión en la economía norteamericana ya habían crecido en el último tiempo con el peligro que esa caída tenga un impacto en la economía global. Pero con el decreto de los aranceles y los contra-aranceles las cosas pueden llevar escalar a un plano superior de consecuencias insospechadas. De una guerra comercial podría pasarse a una suerte de repliegue de intercambios por zonas comerciales que chocaría de lleno con la actual y muy diversificada división internacional del trabajo. Una dinámica que, de desarrollarse llevaría incluso a choques militares entre las distintas potencias mundiales como han sucedido en los momentos más críticos de los Siglos XIX y XX como parte de las guerras imperialistas por el control de los mercados y territorios.  

Un capitalismo que redobla sus rasgos de barbarie 

La guerra arancelaria viene a sumarle un elemento más de inestabilidad al ya convulsionado contexto internacional donde se procesa una suerte de policrisis, al decir del historiador británico Adam Tooze, en donde cada una retroalimenta a la otra, potenciándolas y reduciendo los márgenes para que puedan solucionarse por separado. Así, la dinámica extractivista del capitalismo incrementa la destrucción de los ecosistemas, lo que provoca una mayor inestabilidad del clima, la que a su vez se transforma en un factor de riesgo para la agricultura, entre otros problemas económicos. O las crecientes guerras provocan mayor inestabilidad económica, crisis migratorias y sociales brutales. Y como trasfondo un prologando estancamiento del capitalismo que aumenta todas las desigualdades sociales, provocando todo tipos de protestas y crisis políticas.  

Por donde se lo vea se trata de un sistema que sólo incuba más elementos de barbarie social y que en el contexto de la nueva época que vemos desplegarse en el presente irá incrementando. Ya lejos quedó la ilusoria idea de un capitalismo pujante que derrame “distribución de la riqueza” y expanda la “democracia” por todo el mundo. Al contrario, los márgenes para “reformas progresivas” que puedan alivianar las condiciones de vida de la población se difuminan de un plumazo al calor del deterioro global. Incluso las conquistas en lo que hace a derechos civiles y libertades democráticas están en peligro producto de que las formaciones políticas de extrema derecha buscan imponer sus ajustes y contrarreformas por cualquier medio.  

Al contrario de lo que pregonan los trumpistas del mundo, el deterioro global del capitalismo “librecambista” no se va a solucionar con medidas de tipo nacionalista y proteccionista por parte de las potencias imperialistas. El contrario, una deriva de este tipo incrementará la competencia entre capitalistas, entre Estados y como sucede siempre bajo el capitalismo, las consecuencias sólo serán un agravamiento de las condiciones de vida de clase trabajadora y la población mundial, con más ajustes y guerras de gran escala como ya hemos vivido en el propio Siglo XX.

Frente a esta nueva época de capitalismo voraz y destructivo, cada vez más se hace evidente y necesaria una transformación global del orden mundial. Un cambio de fondo que barra con el capitalismo y corte de raíz una estructura social que sólo produce guerras, genocidios, destrucción de la naturaleza y un sin fin de padecimientos a las grandes mayorías. La necesidad de reconstruir la perspectiva del socialismo está más vigente que nunca.


  1. Se trata de datos aportados por Michael Roberts en su artículo “Liberation Day” del 2 de abril de 2025. https://thenextrecession.wordpress.com/2025/04/02/liberation-day/   ↩︎

TE PUEDE INTERESAR